jueves, 21 de junio de 2012

Los hombres de negro: el perdonavidas, el listillo y el zombi quejica

Vaya veranito que nos espera! Los del tijeretazo de la Merkel son meros aprendices de malos comparados con los especímenes que han florecido al calor de la crisis. Siempre han existido, pero ahora han encontrado el caldo de cultivo ideal para desplegar toda la sabiduría que llevan dentro. Ya están afilando sus cuchillos para intentar jorobar nuestro descanso allá donde estemos. Es imposible evitarles porque van a estar en el barrio, en la piscina municipal, en la playa de Gandía, en el pueblo, en la casa rural, en la Cola de Caballo de Ordesa, en la Charca Verde de la Pedriza, en el crucerito por las islas griegas, en el circuito por la Toscana y hasta en Tailandia. Yo tengo suerte porque mi vecino tocapelotas me tiene curado de espanto. Él solito es un perdonavidas, un zombi quejica y va de listillo por la vida.


“Pobrecito el del 5º B –me decía el otro día–, ¿te has enterado que se ha quedado en el paro? Qué mala suerte, porque tiene 3 hijos y con 50 años va a tener muy difícil encontrar trabajo”. Lo comentaba con ese aire de autosuficiencia y fingida compasión que muestran algunos de los que tienen seguro el empleo. Es el típico funcionario que no ha dado un palo al agua en su vida, que se queja constantemente del volumen de trabajo que tiene, cuando, en realidad, su productividad es muy baja, y que se pasa el día criticando a todo bicho viviente. Pone verde al vecino del 2º, al alcalde, al Gobierno, al seleccionador de fútbol, a Merkel... Echa pestes de su ministerio, culpa de su incompetencia al jefe y repite machaconamente eso de que “en la oficina estoy desaprovechado porque nadie aprecia mi trabajo”. Todos tienen la culpa menos él. Y tiene soluciones milagrosas para todo. Sabe cómo reducir el paro, cómo evitar el rescate, cómo relanzar el consumo, cómo hacer frente a los especuladores... Es el típico listillo que, cuando en la comunidad decidimos armonizar los toldos y ponerlos todos de color marrón claro, el muy canalla lo puso verde sólo por fastidiar. Más de una vez he pensado en pintárselo para hacerle la puñeta.

A mí me tiene ganas, porque el domingo me pilló cuando salía de casa –yo creo que me vigila– y me dijo, con aire de perdonavidas: “Hola, Manolo, ya me he enterado que en tu empresa ha habido un ERE, ¿a ti no te ha afectado?”. Le hubiera estrangulado. Está deseando que me pongan en la calle para salir triunfante y pregonarlo por todo el barrio. Creo que tiene preparados hasta globos y guirnaldas para celebrar el día que me despidan.

Este tipo de seres abyectos se mueven como pez en el agua en el cenagal de la crisis porque son tan insignificantes que para sentirse superiores necesitan regodearse en el mal ajeno. Ahora están en su salsa gracias a las calamidades que atraviesan muchas empresas y muchos ciudadanos. El negativismo de todos esos perdonavidas, listillos y zombies quejicas que campan por estos lares se está expandiendo muy peligrosamente de tal forma que ya están contaminando incluso a los más optimistas. De hecho, es tal el miedo que tenemos todos en el cuerpo que estamos retrasando al máximo las reservas hoteleras para este verano.

Tenemos que evitar caer en las garras de nuestros particulares hombres de negro. Detectarlos es fácil. Es ese tipejo de la oficina que cuando vuelves de tus vacaciones en Roma te pregunta si has visitado la iglesia San Luigi dei Franchesi. Tú caes en su trampa como un bendito y le dices que no, que has visitado ciento y una iglesias, pero que ésa no. Ya te ha pillado. “¡Qué lástima! –te dice eufórico el tocapelotas de turno– porque es una de las mejores y cuenta con varias obras maestras de Caravaggio”. En ese momento te sientes tan gusano que asesinarías hasta al pobre Caravaggio.

Tampoco sirve de mucho irse de casa rural porque después de que vuelves exhausto de haber completado el sendero verde –el de mediana dificultad–, te sale el listillo de turno que se pasa dos horas alardeando que él había completado el sendero rojo y que había visto grandes cataratas y cabras montesas, todo de lo que tú nunca podrás disfrutar por ser tan flojeras.

Como la crisis aprieta, a lo mejor a alguien se le ocurre ir al pueblo. Allí te machacan nada más llegar. “Qué, vienes a respirar aire puro, porque allí en Madrid vivís como sardinas en lata, todo el día agobiados, con estrés, mientras aquí estamos tan a gusto, en el pueblo hay calidad de vida”. Dan ganas de colgar al tocapelotas paleto en la plaza del pueblo para que se lo coman los pajaritos de los que tanto alardea.

¡Hombres de negro de Europa, venid a rescatarnos... de todos los tocapelotas, perdonavidas, listillos y zombies quejicas que tenemos por aquí!

1 comentario:

Marco_Vara dijo...

Qué razón tienes!!